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Palabras de un citadino

Desde un lugar de La Mancha Urbana, cuyo nombre no osaré pronunciar, un degenerado me sugiere que escriba algo sobre esta putrefacta ciudad, como si la vida moderna, llámese trabajo, estudios, televisión y mi eterno ensueño con los paisajes naturales y desolados (en donde Baudrillard tendría que cambiar de oficio) no ocuparan el miserable tiempo que por compasión me deja el sueño.
No obstante, mientras camino con los pies fatigados por el sol asfáltico rumbo a la parada del camión, con los ojos semicerrados por el hastío, no puedo dejar de pensar en la petición de ese degenerado. De pronto mano levantada, rechinido de llantas, mueca desagradable del conductor conforman el principio de una travesía que no tiene nada semejante a una odisea mítica, sino un viaje de la vida contemporánea dirigido hacia ninguna parte.
No, no deseo escribir sobre esta ciudad, y sin embargo lo hago, quizá impulsado mecánicamente por la idea estúpida que hace días, justo en este trayecto y tal vez en el mismo vehículo, acudió a mi mente. Resulta que mis reflexiones de ese día, aparentemente tan normal como tantos otros, se vieron interrumpidas cuando entre tantas cabezas aletargadas e indiferentes a mi presencia descubrí un bello rostro femenino. Pero no, no la vi con lujuria, era muy pequeña como para que fuera capaz de desatar sobre ella los demonios perversos, violadores y asesinos que de vez en vez suelen acompañarme. En realidad la vi porque me recordó a esa otra mujer de mirada afable y palabras cariñosas, pero que se avergonzaba de tomarme de la mano y caminar conmigo; aquella mujer en cuyos labios descargué mi soledad y mi agonía, pero jamás mi verdadero dolor.
Hoy, con un libro de Herman Hesse en las manos que jamás leeré, me pregunto qué pensaría, escribiría o haría respecto a la pequeña mujer del camión si yo fuera otro, considerando los indelebles recuerdos que ésta evocó. Si fuera Cambero, sin duda forjaría una historia legendaria de amor y desengaño con la cual entretener una noche entera a mis camaradas, para culminarla trágicamente con la imposibilidad de bajarle los pantalones. Si fuera el Poeta le escribiría unos versos memorables, la invitaría al Deval y a las dos noches de conocerla le haría el amor en mi recámara siempre famélica de cuerpos femeninos. Si fuera Pablo antes que nada le preguntaría su nacionalidad y su edad, y entre más proxima estuviera aquélla de las tierras australes y más lejos ésta de la mía con más gusto caminaría al lado de ella rumbo al Hospicio Cabañas en una tarde cualquiera. Si fuera Erik buscaría en su pecho no el objeto del placer, sino una medalla del difunto pontífice para corroborar la pureza de sus intenciones. Si fuera Víctor simplemente la contemplaría, sin pensar demasiado, y en la primera oportunidad, en compañía de un buen amigo, charlaría de cualquier otra cosa. Afortunadamente, debo decirlo con cierto bienestar, no soy ninguno de ellos.
Por otra parte, volviendo al asunto principal, debo reconocer, mientras me percato tristemente que a pesar de los kilómetros recorridos permanezco y seguiré permaneciendo indefinidamente en la mancha urbana, que no deseo pensar, escribir ni hacer nada respecto a esta ciudad, salvo maldecirla por no despertar en mí el apetito por las historias que de ella emanan, y porque lo que menos me inspira es a tomar la espada y deshacer entuertos.

C. R. (Citadino Renegado)

1 comentario

Ricardo Jasso Moedano -

Citadino Renegado ... no puedo más que destacar las 2 líneas que sacudieron mis fibras: "aquella mujer en cuyos labios descargué mi soledad y mi agonía, pero jamás mi verdadero dolor." Simplemente magnífico !!

Y la segunda: " ... no deseo pensar, escribir ni hacer nada respecto a esta ciudad, salvo maldecirla por no despertar en mí el apetito por las historias que de ella emanan." Bravo ! Me latió el final, aplausos.

Pronto aportaré algo mío para que también los distraiga del agobio cotidiano.

Ricardo.