Blogia
pongamosquehablo

Ahora se llama Mónica

Ella teje y camina sin prisa;
a pasos lentos va su cadera
y con su aguja de agua
hilvana flores por las calles
con la basura que el otoño arrebola y patea.
Es hace tanto tiempo madre
en la orfandad de su hermana,
hermana en el desamparo de su padre,
que en su alma ya hay olvidos buenos
se los veo
bogándole al fondo de sus ojos
también buenos
también en calma.

Anda, ella anda,
ella camina sin prisa,
como ocultando agua entre las manos
en medio de una bullente acrópolis de sedientos.
Sus sueños son callados y claros,
son un amanecer visto
desde lo alto de un rascacielos
y sus pesadillas son
secretos hasta para ella,
flores de una lluvia ácida
que su pasado hace florecer.

Los hombres que la queremos
que la hemos querido
nos sentamos a su lado
porque nos gusta mirarla
mientras bebe té
o nos dice sí con sus manos.
Ella nos acaricia el rostro como a un niño
y entonces sus manos,
dos veces más pequeñas que las nuestras,
son diez veces más grandes.

Un día Mónica se fue a un país lejano.
Con ternura cansada de linotipista viejo
cegados por el amor al pasado
le llorábamos cartas y correos.

Cuando regreses, Mónica, cásate conmigo
le pedíamos todos.

Ella nos mandaba postales del mar
por única respuesta.
Se sentaba en las rocas
frente al Atlántico
y pensaba en su idioma moreno y hermético;
comenzaba por hablar con voz baja
de alegre intimidad,
y repasaba nombres de frutas
algodones de azúcar
trompo y papalote
y dulces de guayaba y sandía
hasta que nuevamente recuperaba los ojos
y el océano Atlántico
dejaba de ser un gran dulce de azafrán frío y azul.

Así era ella.
De mirar tanto el mar, a Mónica
se le llenaron los ojos, sus ojos, de cielo.

(un cielo interior limpio de estrellas
la acompañaba desde entonces).

Cuando regresó de aquel país todos la buscamos.
Le dimos una fiesta
en lo alto de un edificio
para que olvidara Lisboa
Londres
París
Italia
la perfumamos con ponche de granada
la sentamos en sillones de mimbre viejo
y le descubrimos otra vez
su ciudad empobrecida y miserable
paraíso de tantas infancias perdidas
(la de Mónica entre ellas).

Aquella noche unos le lloramos
nuestros amores
con boleros viejos
y poemas;
otros, con mirada de amor inválido
le decíamos te amo
mientras sentíamos una infinita tristeza
ante sus zapatos nuevos,
apenas creyendo que otra vez
estuvieras aquí,
en la ciudad de tu primer amor
le decíamos todos.

Entonces ella ya no respondió
con postales del mar.
Simplemente
no volvió
a responder.
Nos ocultó sus manos.

Nosotros,
ansiosos por prolongar nuestro amor
en otra mujer,
nos consolábamos diciendo
palabras extrañas
a nuestros diarios
o a los solitarios que nos
hacían compañía en los cafés,
o mientras veíamos sin ganas
un partido de fútbol
y decíamos:

no tiene nombre
ésa
la verdadera
la que buscamos
no tiene nombre
no es Mónica
pero ahora se llama Mónica
y tratábamos de olvidarla.

J. L.

0 comentarios