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Casos de la vida real

Una holandesa me pidió clases de español. Su español es casi perfecto, no entiendo qué más puedo enseñarle, pensé. Sin embargo compré un libro de Español Avanzado que me costó casi la mitad del pago por las primeras dos horas-clase. No me importó. Cierta relación contradictoria (algunos hasta la tacharán de ingenua) que siempre he tenido con el dinero, me hace pensar que éste nunca debe ser la razón principal para llevar a cabo cualquier actividad o trabajo. Por lo tanto para mí las cosas se hacen antes por placer, por un impulso vital, por una noble obsesión o por lo que se guste y al último, por dinero.

Dejando de lado cierta peculiaridad de mi alumna, que resumiré con unos cuantos pincelazos de piel blanquísima, un cabello rubio rojizo y unas pantorrillas que basta echarles un vistazo para saber el largo camino de turgencias que ni siquiera la ropa holgada logra disimular, puse manos a la obra y estuve toda la mañana aplicado en el estudio de libros de gramática y estrategias de enseñanza. Nada me impidió concentrarme, pues era mayor mi preocupación por hacer un buen trabajo.

Al terminar de preparar la clase revisé un archivo escrito en español por mi alumna y que yo me encargaría de revisar. Era un pequeño ensayo sobre la violencia en América Latina y especialmente en Guadalajara. Atacaba la ineptitud del Estado para controlar las grandes mafias del narcotráfico, señalaba con dedo airado nuestras democracias, la división de clases, poniendo como ejemplo clásico de una ciudad latinoamericana, a Guadalajara. Todo en un español diáfano, rico en sintaxis, verbos reflexivos, pronombres, voz pasiva, preposiciones, en fin. Me dejó sorprendido. Secretamente comencé a admirarla.

Mi alumna es antropóloga social. Vino aquí a concluir su investigación para obtener su doctorado en la universidad de La Haya, en Holanda. Es uno de esos curiosos seres que deciden dedicar su vida y estudios a razas inferiores que llaman marginados o tercer mundo. Les encanta América Latina, somos un caldo de cultivo perfecto para sus especulaciones y reflexiones, sus marcos teóricos, un buen pretexto para pasearse gracias a alguna beca de su país, conocer el color local, hacer largas meditaciones desde el balcón de algún hotel con un jardín cerca del lobby que les recuerda su tierra y la importante labor que llevan a cabo con nosotros.

Pues bien, la clase fue un éxito. No lo niego, tuve que estudiar mucho, seleccionar cuidadosamente el material, improvisar un poco durante las dos horas de clase. Al final me sentí satisfecho. Ella aprendió y yo le enseñé. He dicho que mi ganancia por esas dos horas se reduciría a 120 pesos porque tuve que comprar un libro de Español Avanzado. Para mi sorpresa, esto no fue así.

Cuando le pedí que me pagara preguntó el precio de la hora-clase. Usualmente cobro 100 pesos, pero ella me había parecido una excelente alumna y decidí que 80 por hora-clase era suficiente (mucha gente no dudaría en darme un zape, pero ya he dicho que no puedo mostrarme servil ante el dinero) Pero entonces sucedió lo siguiente. Cuando le dije 160 pesos, ella inmediatamente protestó. Era demasiado, un robo. No iba a pagar esa cantidad. Esperé unos momentos antes de responder deseando que fuera una broma. Eso cobro, reiteré sonriendo. En cualquier otro lugar pagas 20 dólares por una hora, agregué. No soy rica, ustedes piensan que los que venimos a su país traímos mucho dinero, me dijo. Tuve ganas de regresarla de una patada en el culo hasta Europa. Se dice traemos, hija de la chingada, pensé todavía con feeling profesoril. No te voy a robar, no me interesa tu dinero sino el pago por mi trabajo. Es increíble que gente como tú, supuestamente preparada, sea precisamente quien tiene más prejuicios. Eurocentrista de mierda... esto último ya sólo lo pensé.

La cuestión aquí es que Monique me pagó sólo cincuenta pesos por cada hora clase y yo compré un libro en 89 pesos para darle una lección de calidad. En realidad la lección, por mucho menos, me la dio ella. Una lección que me comprueba lo siguiente: la vileza humana, sus prejuicios y arrogancias, no distingue entre razas, clases sociales o geografías, todo lo que según Monique, en su pequeño ensayo, nos hace inferiores o al menos nos convierte, a nosotros los pobres latinoamericanos, en un saldo histórico comparados con Europa o Norteamérica.

J.L.L.

2 comentarios

Lilián -

Muy bien, ¿cuántas veces tengo que repetir sin que me miren con ojos de vieja misántropa que tener Xenofobia es una de mis mayores virtudes..?
Y tú sabes, que estoy lejos de ser un individuo chauvinista... muy lejos.

Uc -

Por eso la admiración, mounstruo vil de la modernidad, me asusta cada vez más...
Europeos hijos de puta, en europa se admira, y en América Latina se burla...