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La ciudad y tu rostro

La ciudad y tu rostro Eran las noches y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la boca.

Jaime Gil de Biedma

La ciudad y tu rostro

Fingir,
libreto bajo el brazo,
que mi historia y tu Historia, ambas, se confunden
en este abril insólito y escaso,
—como flor en la solapa de los hombres
que ya no saben ir al amor, sólo al trabajo—.

Fingir por tanto
que son veinte mis años
y mis amores balas de salva
y mi saldo de crímenes una lista en blanco.
Ningún demonio me visita,
—detrás, mi oído incómodo
ensaya la tonada de unos versos
entre el chorro estereofónico
de la cumbia obsesiva
en casa de mi vecino—.

Fingir asimismo
que son cinco mis siglos
y que el óleo urbano
con alcantarillas y santafesianos edificios,
con pabellones de lunas eléctricas
y tranvías llamados Deseo,
es mi autorretrato.

Fingir, Ciudad, entonces,
que mi rostro
escéptico de tanta salida solitaria del cine,
indescifrable como tus bocacalles y cruces infinitos,
extinto por tanto puente en penumbra
donde tacto soledad
y no juventud
y no perfumados pechos femeninos,
es el tuyo.

Fingir, Ciudad, que todo es verdadero,
—tus cinco siglos y mis veinte años—,
y que tienen sentido nuestras irreparables nupcias,
mi insubordinado amor por tus calles
y tu pasmoso infierno cotidiano:
aunque mañana me mire al espejo
y otra vez, frente a frente,
finja no reconocerte.

Al Sur de la Ciudad de México,
Jonathan L. L.

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